domingo, 30 de agosto de 2009


A ti… esmeralda en tu mirada

Un monte lejano a ese pueblito pintoresco observa el nacimiento de amores a lo largo de los siglos. En ese lugar encantado los geranios rosados viven entre la gente, las casas y los largos caminos: saludan por los balcones de esas casas de dos techos. Casas de paredes blancas y fortines de madera. El río que zigzaguea las calles cubiertas de colores se deja escuchar por medio de notas musicales traducidas en imágenes del verde y ondulante campo. En las tardes el sol se despide a través de su cielo celeste y rojo.

Elena no deja de sentirse sorprendida por tanta belleza. Llegó sola a ese lugar de ensueños, con el deseo único de fundirse entre los pinos, las hojas y el mismo bosque que tiempo atrás marcó su vida actual. Imágenes que recuerda vagamente desde que era una niña llegan ahora con nitidez. Decide tomar el tren que la lleva a ese monte, muy popular entre los lugareños. Desde ese tren mira las cabañas que se funden con la misma naturaleza. De pronto, una voz le dice que hacia ese lado del bosque puede encontrar la mayor variedad de verdes, pues se cuenta allí una leyenda en la que, muchísimos años atrás, una mujer no dejó de llorar la pérdida de su amante, quien tenía un brillo y un verde tan especial en la mirada. Entonces, Nisa, la diosa de las plantas y las praderas, conmovida, le regaló un millón de hojas de múltiples verdes. La idea de la dama de los bosques era que entre tal diversidad, ella encontrase el color de los ojos de su amado.

Elena se apasiona con la historia no solo por su intensidad sino también por la trama en relación al color de ojos. Ella sueña hace mucho con un hombre de mirada verde esmeralda. Voltea emocionada para agradecer a esa persona que hasta ese momento era solo una voz tenue y misteriosa y ocurre lo que jamás hubiera imaginado: ¡es la misma persona con quien sueña hace mucho! Él sonríe y le dice que hace bastante tiempo que la espera. Ella se queda inmóvil. Su voz se apaga, no puede decir palabra alguna y su corazón grita por dentro. No puede creer lo que ve.

Cuando Athos la ve tampoco puede reaccionar. Desde el momento en que sus mirados chocan hasta el momento en que se acerca, pasa un buen tiempo. En ese tiempo Athos trata de asimilar lo que sucede y trata de armar el rompecabezas de la mejor manera. Pero, en su caso, él sabía que ella existe en carne y huesos, y que muy pronto se la iba a cruzar. Viene de una familia no tan usual, una familia de videntes. Sin embargo, él aún no está listo. Pero iban a pasar por ese lugar donde se vivió la leyenda que contó y tuvo que armarse de valor para presentarse frente a ella.

Ambos tiemblan. Sus almas quieren salir de sus cuerpos. Sienten cierto mareo. Es un encuentro esperado desde hace mucho. De repente, Elena empieza a recordar en carne viva la historia del bosque. Tiene el corazón latiendo a velocidades inimaginables. Se siente extraña, tan extraña que necesita salir corriendo. El tren llega a la estación previa a la del monte y ella baja descontrolada. Perdida y a la vez sumergida en su propia historia, no se percata de que corrió más de una hora por ese bosque. Llega a un lago color turquesa.

Pasan las horas y se siente más tranquila. Decide gritar con toda su fuerza, porque necesita liberarse de bloqueos que no le permiten ver con claridad su destino. Athos, por su lado, la sigue sin ser visto, pues lo último que quiere es hacerle daño y asustarla más de lo que ya está.

El atardecer se pinta de colores exóticos y las aves inician su danza particular. Luego la noche ingresa triunfante para despertar a las estrellas que visten lentejuelas de plata. Sus recuerdos la alejan de esa realidad para transportarla a una época donde los caballos y las caminatas a pie eran lo único que existía. En ese entonces, ellos se amaban tanto que eran los preferidos de los dioses. Decide regresar y buscar al hombre de sus sueños cuando a lo lejos ve fuego entre los arbustos y en segundos escucha la melodía de una canción. Se anima a ir hacia ese sonido que prácticamente la hipnotiza y al llegar se encuentra con un grupo de hombres, mujeres y niños que bailan al compás de la música.

Una mujer se acerca y la invita a bailar. Elena acepta. Los niños le dan pedazos de pastel y fiambre y, cómo no, una garrafa de vino. Empieza a percibir que su cuerpo se revitaliza. Siente un aire muy fresco que viene del sur. Con él llegan su confianza y su seguridad. Con él llega Athos. En ese reencuentro el dios Dionisio interviene, pues es necesario dar final a la preocupación latente en los dos, además de liberarlos de sus propios miedos a través del éxtasis.

Elena no lo puede creer. Nunca jamás imaginó vivir una experiencia así. Su cuerpo se eriza, una especie de electricidad recorre su piel, inhala el sudor de Athos en sus labios, su corazón es seducido por esos maravillosos ojos verde esmeralda que despiertan su sensualidad: la fascinación por el hombre de su mundo onírico arde en su sangre y ella, Elena, se pierde entre el fuego de su vientre y la luna nueva.

Athos, por su lado, sin decir palabra alguna, se dedica solo a observarla. Con todo el conocimiento de sus antepasados y el propio, no puede tampoco creer que una estrella baje de los cielos solo para estar y dedicarse a él desde ese amor que abarca y emana el amor del mismo cosmos. Nunca imaginó esa escena. La intensidad del encuentro sobrepasa las expectativas. Está fuera de los límites. Ha proyectado muchas formas de reencontrarse, pero ninguna cubre ni la más mínima parte de la vivencia. Empieza a tocarla solo con la mirada y en ese acto la timidez de Elena se transforma en belleza. Él le transmite desde su corazón que ella es la única razón de su existencia. Acaricia su rostro y, acto seguido, lleva hacia atrás los cabellos ondeados y rojizos de Elena para contemplarla en toda su dimensión con una dulzura tan extrema que ni el hombre más frío de la tierra dejaría de estremecerse.

El planeta deja de girar, todo se detiene. Elena deja de ser doncella. Athos de ser el príncipe de los cuentos. Ahora protagonizan una historia real. Sus cuerpos se entregan al acto más puro. La mirada de él y el magnetismo de ella hacen del amor la unión más entregada y apasionada de los tiempos. El cielo sonríe y los cubre con un halo de luces multicolor. Diosas y dioses revolotean alrededor como niños al encuentro con el sol y la luna. La tierra cambia de color. Ya no hay más de nada, solo la mirada perdida y saciada de Athos que cautiva, desvanece y hace suspirar a Elena. Entre el silencio de sus miradas y sus cuerpos desnudos y laxados, una canción se asoma por la ventana de los arbustos. Una canción muy especial: “A ti, esmeralda en tu mirada”. Y desde ese momento, ambos se dejan llevar por las manos de cupido para consagrar su amor a las estrellas en la eternidad.

Karina Esther

1 comentario:

  1. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazon
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    corazon
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
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    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


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    EL PLACER DE AMAR




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
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    jose
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