viernes, 14 de agosto de 2009


Mujer
N
oche


Todos los viernes de invierno, por la noche, una hermosa pelirroja se viste con harapos cubiertos de lentejuelas y esferas prendidas de curiosidad. Tacos altos que resuenan trueno y pisadas firmes al doblar a la derecha la hacen decidirse por mundos desconocidos. Sus compañeros de ruta se llaman Peligro y Aventura. Se deja llevar por ellos. Ellos por su lado, se alimentan de ella. Y, quizás ella también. En ese juego no pone límites. Su alma lo llama vivencias. Va a su propio encuentro e inhala picaflor. Es el hilo dorado curvilíneo que sube y baja. Piruetas entre la Luna y Venus van pintando su destino. Magnetismo comparado al de Gaia. Ella lo sabe. Sale a las 11 de la noche. La hora de regreso depende de su conquista. Mientras más intensa la aventura, mayor el peligro, pues puede creer que se enamora. Un hombre a la altura de sus incontrolables deseos es el próximo Hefesto. Una multitud en la plaza. Se presenta lista y dispuesta. Devenir de vampiros y ojos rojos de placer. Camina tres pasos hacia aquel rincón. Un caballero con armadura de plata no deja de contemplar su belleza. Ella se acerca decidida a regalarle amor. Lo besa. Carmín rosa resbala por su mejilla que arde de pasión. Otros sedientos por su amor desvanecen al verla encantada por él. Ella deja de existir pues su mirada y toda su atención le pertenece esa noche a él. Observa su cuerpo y entre las sombras ve un fortín. Siente sus labios vestidos de excitación. Sus manos ásperas acarician su cabello rojo y algo más. A decir verdad, mucho más. Aquella plaza conoce el lenguaje del amor convertido en placer. Los cobija en un lugar menos transitado. Un espacio solo para los dos. El caballero de armadura de plata aún cree estar soñando. La diosa en sus brazos. Ella le susurra palabras al oído y él en su estado extático deja de hablar y de pensar. La toma entre sus brazos decidido a amarla. Danza que te arrebata el sueño. Sudor en sus cuerpos. Voces y cantos. Si ese intenso amor los convirtiera en aves, el Mirlo dejaría de ser el Beethoven de los pájaros. Ella jamás será quien era antes de conocer a ese caballero de la noche. Lo sabe. Lo siente. Es parte de ella. Está en su naturaleza. El nunca más dejará de mirar el cielo sin apreciar su impresionante matiz. Su sensibilidad ahora va por dentro de la armadura. Dejó de hablar pues no podía dejar de soñar. Sueña con ver otro horizonte. Grita por salir y volar a nuevos cielos. Ella lo transformó. Una gran fusión se dio en ese encuentro. Ella sonríe y se va.

Karina Esther

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