viernes, 14 de agosto de 2009


Entre las
sombras

Una historia de mujer se expuso esa noche. Todos murmuraban. Nadie se acercó. Hombres y mujeres alrededor sin distinguir quien brilla y quien no. A decir verdad, muy pocos brillan. Ellos creen ser los que iluminan el salón por sus vestidos y zapatos charol. Y claro está, por su nivel intelectual. A más respuestas desde la razón, mayor aprobación. Todo quieren ver, todo desean tocar y como no, definir. No conciben la magia de hadas y gnomos, mucho menos de silfos y sirenas. Y menos aún, el amor de esa hermosa mujer que entregó su alma al dios Hades.

Hades, dios del inframundo. Ese lugar en las profundidades de la tierra. Lo llaman dios del infierno. Es más fácil juzgarlo que entrar en él. Pero ella lo hizo. Ella entró. Encontró mucho dolor. Recuerdos guardados en un baúl que no reconoció pues existe desde siglos atrás. Su baúl. En él, revivió momentos de odio, tristeza, abandono, traición y culpa. Las lágrimas en cada encuentro con ella misma fueron limpiando su alma. Limpió también su cuerpo. En ese proceso, Hades la acompañó. Inflexible.

Fueron meses, quizás años que caminaron juntos ese trecho baldío y sombrío. Ella se enamoró de ese ser que le hicieron creer era el mismo diablo. Ella vivenció lo contrario. Es un ser que no dejará que salgas de ese hoyo eclipsado a menos que renazcas de las cenizas, pero no por eso es el señor de las tinieblas. Solo algunos lo logran. Ella lo logró. No es sencillo, muy por el contrario. Necesitas de un valor incalculable pero sobre todo de mucho amor por todas tus partes. Allí está la gloria.

Princesa fue y en reina se convirtió. Reina del reino de Hades. El también se enamoró. No necesita su dureza ni tampoco su frialdad cuando está con ella pues son uno parte del otro y, apoyados en la mano del amor. Un gran acto mágico entrelaza sus cuerpos.

El cielo iluminado por ella. Su vestido y su cuerpo en una danza de perfectas curvas. Subió al escenario y cautivó con su resplandor. Todos gratamente asombrados no dejan de aplaudir. Aplaude uno y aplaude el resto. Ella lo sabe. Muy pocos comprenden su metamorfosis. El a un lado del escenario solo contempla su belleza. No quiere salir pues conoce muy bien la reacción del pueblo. Ella insiste porque decide no ocultar su amor por él. Ella vive en el paraíso y quiere compartirlo con todos. El infierno y el ser maligno solamente existen en la mente humana. Inocente pues cree salvar el mundo con su amor y sus palabras. Y cae en enredos y mentiras.

El pueblo y los vestidos de encaje precisan armar una nueva hipótesis porque todo es mejor que ir al inframundo. No tienen el valor de hacerlo. Unos por las historias de terror que pasan de generación en generación. Otros porque se necesita de mucha voluntad, fortaleza y sobre todo, fe. Otros tantos, porque prefieren seguir viviendo como viven. Algunos otros, porque simplemente creen no creer que es así. Por lo tanto, llegan a la conclusión de que ella es quien vive entre las sombras. Y si vivir entre las sombras es sinónimo de felicidad, aquella que se desborda de los límites del espacio, adorna su cuerpo con un vestido de perlas y la tranquilidad se aloja en sus vidas, entonces Hades y ella viven en ese callejón tenebroso y oscuro. En esa noche eterna.

Ella no dejará a Hades porque es parte de ella y ahora lo comprende mucho mejor. Ella se ama. El verdadero amor no delimita ni argumenta, solo siente. Desde ese sentir, las nubes se convierten en rosas blancas y la tierra se baña de pétalos.

Karina Esther

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