lunes, 5 de octubre de 2009






Amor, aquí estoy


En esa esquina una casa hermosa se asoma entre cercos de flores coloridos. Techos altos, ventanales blancos, piso de madera y paredes pintadas de alegría que recorren los pasillos hasta llegar al mismo centro en que un techo aun más alto deja pasar la luz del día.
Ella, como de costumbre, se despierta para contemplar el amanecer, pues es en ese momento en que se siente parte de todos y de todo. En minutos logra recargarse para un día nuevo. Sin embargo, para él el día no trae buenas nuevas. Las noticias no lo alientan. Ese día, especialmente, Lorenzo pide sentirse vivo. Se siente fuera de su época. Su cuerpo lo devora precipitadamente. Ana se siente extraña, una sensación de tristeza que no entiende estremece su corazón. Puede sentir su aflicción. Percibe que no está sola, pero tampoco ve a alguien. Por su mente los pensamientos no dejan de dar vueltas hasta que uno se queda grabado en ella: “aquí hay alguien más”. La presencia es cada vez más intensa. Cree que deben ser almas que habitan la casa desde hace mucho. Lorenzo camina por la casa, pensando en qué puede hacer. Ana se para en el patio, donde la luz del día atraviesa los vidrios, mira hacia el cielo y empieza a llorar. En esa parte de la casa siente siempre un estremecimiento. Piensa que puede ser un portal, pues muy a menudo llegan aromas distintos, olores que no puede definir excepto por su dulzura y porque se dejan acariciar cuando ella cierra los ojos y trata de hacerlos propios. Él, por su parte, pasa por aquel patio y ve gotas de agua en el piso. Se sorprende, pues el sol brilla radiante y no se asoma ni una sola nube. En ese mismo instante, la ve. Se asusta. Poco a poco la ve con mayor nitidez. Ella camina hacia la cocina y agarra un calendario. Lorenzo se queda paralizado. La fecha que figura es 1994. Los días pasan y todo se mantiene igual. Ella se sienta a mirar el cielo desde ese rincón para conectarse con su día e inhalar ese aroma que lo siente tan suyo. Él, parado en el mismo lugar, espera que sean las siete de la mañana para verla sentarse, levantar la mirada, cerrar los ojos, respirar profundamente, sonreír. Pero sobre todo, para ver cómo su rostro delicado se transforma en belleza angelical. Los meses transcurren. Él trata de ser visto, oído. Trata de que ella sienta sus manos o sus caricias cuando se echa a dormir. Se siente atrapado y no sabe cómo lograrlo. A su vez, se siente vivo. Su vida ha dado un giro radical. Ana entra y sale de la casa a toda hora, pero no deja de sentarse todas las mañanas, a las siete, en su rincón. Una de esas mañanas, Ana oye que alguien le susurra su nombre. Piensa que es “ese alguien”. Su corazón empieza a latir con prisa. Se da cuenta que ese olor que la abraza todos los días es de él. No tiene idea de cómo, pero muy poco le importa. Lo siente y es suficiente. Está turbada. Llora. Entre tanto, siente cómo Lorenzo limpia sus lágrimas con sus besos. Ella siempre pensó que era el viento quien la tocaba, besaba y susurraba. Ana no lo ve, pero lo oye, lo huele y lo siente. Siente cómo él se acerca nuevamente a su oído y le dice en voz muy baja que algún día estarán juntos y no será ni en su mundo ni en el de él, será en aquel donde el amor trascienda las barreras de los cuerpos. Ana entonces sabe que ese “alguien” no es sino su alma gemela. Desde ese día ambos viven en una eterna felicidad. No necesitan más un lugar ni una hora exacta. Se encuentran por toda la casa. Las paredes brillan y cantan al ver tanta ternura entre ellos. Las flores cambian de color a diario. El colibrí y el petirrojo se posan en la ventana de la sala todas las noches, como si estuvieran resguardando el milagro del amor entre sus figuras. Y qué decir de ellos. Sus cuerpos se transforman al contacto del uno con el otro y las alas se empiezan a ver entre sus espaldas desnudas. Alas blancas. Desde las veredas que limitan con la casa, una luz aflora durante el día y las personas que pasan por esa esquina sienten paz. Han transcurrido cinco años desde ese momento de gloria. Lorenzo debe irse a España para ayudar a su familia. Su papá acaba de fallecer y su mamá está muy enferma. No puede evitar la sensación de dolor que arde en su cuerpo. Tiembla. Un aire frío recorre su piel. Su mente se nubla. Ella está ansiosa por llegar a casa y contarle que vendió todos sus cuadros. Va camino a verlo cuando de pronto siente que un puñal atraviesa su corazón. Un dolor fuera de contexto. Sucede en el mismo momento en el que él recibe la noticia de su familia. Él parte con el corazón en la mano. Ella queda destrozada. Promete regresar lo antes posible. Pero la muerte de su padre no fue casual. Se debe a una epidemia imposible de detener. En esa época no existía el antídoto. Lorenzo cae enfermo al poco tiempo de haber llegado a España. Antes de morir, manda llamar a un amigo. Le pide entonces que abra un sobre que le entrega. Dentro hay fotos, cartas y un papel con una fecha y una dirección. Le dice entonces a su amigo que, exactamente el día de la fecha indicada, entregue el contenido del sobre a la persona que vive en esa dirección. Cerca de la navidad del año 1999, Mauricio parte hacia Perú a cumplir con su promesa. En el aeropuerto le da al taxista la dirección. Al llegar a la casa, lo recibe una muchacha joven, de 33 años. Mauricio se presenta. Ella le extiende la mano y le dice su nombre: “Ana”. Mauricio le entrega un sobre. Ella lo abre, y queda helada al ver el contenido. No para de llorar. Su vida parece haber terminado en ese instante. Por primera vez ve su cara, sus ojos, su pelo ondulado y castaño, su sonrisa perfecta. En otra fotografía ve su mirada que dice más de un millón de palabras. Con un tono dulce, Mauricio le menciona que Lorenzo no se equivocó en ningún detalle acerca de ella. Le dice que es realmente hermosa. Ana ve pasar su vida con tranquilidad. Cada cierto tiempo siente nostalgia al recordar a Lorenzo. Ama la vida y en ella a todos y todo. Sabe que tiene que seguir viviendo. Conoce a un hombre bueno, al que le cuenta lo que le pasó. Se sorprende gratamente al descubrir que él comprende. Él se llama Alonso. Se enamoran. Sin embargo, Lorenzo seguirá siendo su otra parte por siempre. Ambos saben que se acompañan hasta el día en que ella se reencuentre con Lorenzo. Alonso solo conoce el presente y desde allí disfruta cada instante con Ana. El día llega. Presiente que es el momento de reencontrarse con él. Empieza a sentirlo como cuando estaban juntos. Escucha su voz, siente cómo la acaricia al dormir y cómo le susurra al oído palabras de amor. Ella sonríe con lágrimas en los ojos, esta vez de felicidad. Llegó el momento de amarse en ese mundo donde el amor trasciende las barreras de los cuerpos. Ella abre la puerta blanca. Está conmovida. Lorenzo inquieto. Una lluvia de pétalos jazmín en el encuentro. Ambos se miran y sonríen al verse los dos tal cual se conocieron, de 27 años. Él la toma de las manos. Ella cierra los ojos. Él besa su rostro. Ella besa sus labios. Se abrazan y caminan hacia ese lado del portal donde una casa de techos altos y pisos pintados los espera. Al lado, un lago. Flores de todos los colores y bandadas de aves alrededor. En esa casa construida principios del siglo XX dos historias se entremezclaron en el tiempo. Un hombre de los años 50 y una mujer de finales de siglo. Ana y Lorenzo.

domingo, 30 de agosto de 2009


A ti… esmeralda en tu mirada

Un monte lejano a ese pueblito pintoresco observa el nacimiento de amores a lo largo de los siglos. En ese lugar encantado los geranios rosados viven entre la gente, las casas y los largos caminos: saludan por los balcones de esas casas de dos techos. Casas de paredes blancas y fortines de madera. El río que zigzaguea las calles cubiertas de colores se deja escuchar por medio de notas musicales traducidas en imágenes del verde y ondulante campo. En las tardes el sol se despide a través de su cielo celeste y rojo.

Elena no deja de sentirse sorprendida por tanta belleza. Llegó sola a ese lugar de ensueños, con el deseo único de fundirse entre los pinos, las hojas y el mismo bosque que tiempo atrás marcó su vida actual. Imágenes que recuerda vagamente desde que era una niña llegan ahora con nitidez. Decide tomar el tren que la lleva a ese monte, muy popular entre los lugareños. Desde ese tren mira las cabañas que se funden con la misma naturaleza. De pronto, una voz le dice que hacia ese lado del bosque puede encontrar la mayor variedad de verdes, pues se cuenta allí una leyenda en la que, muchísimos años atrás, una mujer no dejó de llorar la pérdida de su amante, quien tenía un brillo y un verde tan especial en la mirada. Entonces, Nisa, la diosa de las plantas y las praderas, conmovida, le regaló un millón de hojas de múltiples verdes. La idea de la dama de los bosques era que entre tal diversidad, ella encontrase el color de los ojos de su amado.

Elena se apasiona con la historia no solo por su intensidad sino también por la trama en relación al color de ojos. Ella sueña hace mucho con un hombre de mirada verde esmeralda. Voltea emocionada para agradecer a esa persona que hasta ese momento era solo una voz tenue y misteriosa y ocurre lo que jamás hubiera imaginado: ¡es la misma persona con quien sueña hace mucho! Él sonríe y le dice que hace bastante tiempo que la espera. Ella se queda inmóvil. Su voz se apaga, no puede decir palabra alguna y su corazón grita por dentro. No puede creer lo que ve.

Cuando Athos la ve tampoco puede reaccionar. Desde el momento en que sus mirados chocan hasta el momento en que se acerca, pasa un buen tiempo. En ese tiempo Athos trata de asimilar lo que sucede y trata de armar el rompecabezas de la mejor manera. Pero, en su caso, él sabía que ella existe en carne y huesos, y que muy pronto se la iba a cruzar. Viene de una familia no tan usual, una familia de videntes. Sin embargo, él aún no está listo. Pero iban a pasar por ese lugar donde se vivió la leyenda que contó y tuvo que armarse de valor para presentarse frente a ella.

Ambos tiemblan. Sus almas quieren salir de sus cuerpos. Sienten cierto mareo. Es un encuentro esperado desde hace mucho. De repente, Elena empieza a recordar en carne viva la historia del bosque. Tiene el corazón latiendo a velocidades inimaginables. Se siente extraña, tan extraña que necesita salir corriendo. El tren llega a la estación previa a la del monte y ella baja descontrolada. Perdida y a la vez sumergida en su propia historia, no se percata de que corrió más de una hora por ese bosque. Llega a un lago color turquesa.

Pasan las horas y se siente más tranquila. Decide gritar con toda su fuerza, porque necesita liberarse de bloqueos que no le permiten ver con claridad su destino. Athos, por su lado, la sigue sin ser visto, pues lo último que quiere es hacerle daño y asustarla más de lo que ya está.

El atardecer se pinta de colores exóticos y las aves inician su danza particular. Luego la noche ingresa triunfante para despertar a las estrellas que visten lentejuelas de plata. Sus recuerdos la alejan de esa realidad para transportarla a una época donde los caballos y las caminatas a pie eran lo único que existía. En ese entonces, ellos se amaban tanto que eran los preferidos de los dioses. Decide regresar y buscar al hombre de sus sueños cuando a lo lejos ve fuego entre los arbustos y en segundos escucha la melodía de una canción. Se anima a ir hacia ese sonido que prácticamente la hipnotiza y al llegar se encuentra con un grupo de hombres, mujeres y niños que bailan al compás de la música.

Una mujer se acerca y la invita a bailar. Elena acepta. Los niños le dan pedazos de pastel y fiambre y, cómo no, una garrafa de vino. Empieza a percibir que su cuerpo se revitaliza. Siente un aire muy fresco que viene del sur. Con él llegan su confianza y su seguridad. Con él llega Athos. En ese reencuentro el dios Dionisio interviene, pues es necesario dar final a la preocupación latente en los dos, además de liberarlos de sus propios miedos a través del éxtasis.

Elena no lo puede creer. Nunca jamás imaginó vivir una experiencia así. Su cuerpo se eriza, una especie de electricidad recorre su piel, inhala el sudor de Athos en sus labios, su corazón es seducido por esos maravillosos ojos verde esmeralda que despiertan su sensualidad: la fascinación por el hombre de su mundo onírico arde en su sangre y ella, Elena, se pierde entre el fuego de su vientre y la luna nueva.

Athos, por su lado, sin decir palabra alguna, se dedica solo a observarla. Con todo el conocimiento de sus antepasados y el propio, no puede tampoco creer que una estrella baje de los cielos solo para estar y dedicarse a él desde ese amor que abarca y emana el amor del mismo cosmos. Nunca imaginó esa escena. La intensidad del encuentro sobrepasa las expectativas. Está fuera de los límites. Ha proyectado muchas formas de reencontrarse, pero ninguna cubre ni la más mínima parte de la vivencia. Empieza a tocarla solo con la mirada y en ese acto la timidez de Elena se transforma en belleza. Él le transmite desde su corazón que ella es la única razón de su existencia. Acaricia su rostro y, acto seguido, lleva hacia atrás los cabellos ondeados y rojizos de Elena para contemplarla en toda su dimensión con una dulzura tan extrema que ni el hombre más frío de la tierra dejaría de estremecerse.

El planeta deja de girar, todo se detiene. Elena deja de ser doncella. Athos de ser el príncipe de los cuentos. Ahora protagonizan una historia real. Sus cuerpos se entregan al acto más puro. La mirada de él y el magnetismo de ella hacen del amor la unión más entregada y apasionada de los tiempos. El cielo sonríe y los cubre con un halo de luces multicolor. Diosas y dioses revolotean alrededor como niños al encuentro con el sol y la luna. La tierra cambia de color. Ya no hay más de nada, solo la mirada perdida y saciada de Athos que cautiva, desvanece y hace suspirar a Elena. Entre el silencio de sus miradas y sus cuerpos desnudos y laxados, una canción se asoma por la ventana de los arbustos. Una canción muy especial: “A ti, esmeralda en tu mirada”. Y desde ese momento, ambos se dejan llevar por las manos de cupido para consagrar su amor a las estrellas en la eternidad.

Karina Esther

viernes, 14 de agosto de 2009


Mujer
N
oche


Todos los viernes de invierno, por la noche, una hermosa pelirroja se viste con harapos cubiertos de lentejuelas y esferas prendidas de curiosidad. Tacos altos que resuenan trueno y pisadas firmes al doblar a la derecha la hacen decidirse por mundos desconocidos. Sus compañeros de ruta se llaman Peligro y Aventura. Se deja llevar por ellos. Ellos por su lado, se alimentan de ella. Y, quizás ella también. En ese juego no pone límites. Su alma lo llama vivencias. Va a su propio encuentro e inhala picaflor. Es el hilo dorado curvilíneo que sube y baja. Piruetas entre la Luna y Venus van pintando su destino. Magnetismo comparado al de Gaia. Ella lo sabe. Sale a las 11 de la noche. La hora de regreso depende de su conquista. Mientras más intensa la aventura, mayor el peligro, pues puede creer que se enamora. Un hombre a la altura de sus incontrolables deseos es el próximo Hefesto. Una multitud en la plaza. Se presenta lista y dispuesta. Devenir de vampiros y ojos rojos de placer. Camina tres pasos hacia aquel rincón. Un caballero con armadura de plata no deja de contemplar su belleza. Ella se acerca decidida a regalarle amor. Lo besa. Carmín rosa resbala por su mejilla que arde de pasión. Otros sedientos por su amor desvanecen al verla encantada por él. Ella deja de existir pues su mirada y toda su atención le pertenece esa noche a él. Observa su cuerpo y entre las sombras ve un fortín. Siente sus labios vestidos de excitación. Sus manos ásperas acarician su cabello rojo y algo más. A decir verdad, mucho más. Aquella plaza conoce el lenguaje del amor convertido en placer. Los cobija en un lugar menos transitado. Un espacio solo para los dos. El caballero de armadura de plata aún cree estar soñando. La diosa en sus brazos. Ella le susurra palabras al oído y él en su estado extático deja de hablar y de pensar. La toma entre sus brazos decidido a amarla. Danza que te arrebata el sueño. Sudor en sus cuerpos. Voces y cantos. Si ese intenso amor los convirtiera en aves, el Mirlo dejaría de ser el Beethoven de los pájaros. Ella jamás será quien era antes de conocer a ese caballero de la noche. Lo sabe. Lo siente. Es parte de ella. Está en su naturaleza. El nunca más dejará de mirar el cielo sin apreciar su impresionante matiz. Su sensibilidad ahora va por dentro de la armadura. Dejó de hablar pues no podía dejar de soñar. Sueña con ver otro horizonte. Grita por salir y volar a nuevos cielos. Ella lo transformó. Una gran fusión se dio en ese encuentro. Ella sonríe y se va.

Karina Esther

Cómplices
en el
tiempo


Micaela, una mujer de 27 años, fiel a su intuición, decide viajar a esa ciudad llena de luces blancas que un día vio en una revista. Sin mucho preámbulo se sube a un avión. Además, una corazonada le dice que es el viaje que le cambiará su vida. En ese vuelo ocurren cosas inesperadas e inimaginables. Ella ensimismada en sí no se percata que el cielo está lleno de miradas de atención. La buscan, se asombran y no la dejan de mirar. Ven una estrella y ellos se ven como príncipes. Cada uno intenta ser el mago de la travesía. Saludan, observan y la llaman con sus ojos. Se oye una voz dulce y ella al voltear, el azul de su mirada.

- ¡Son los ojos más hermosos que he visto! - pensó ella emocionada.

Ocho horas compartiendo el viaje. A decir verdad, el viaje más importante de sus vidas. Atracción más lejos que la razón. El por su lado, no soporta no hablar con ella. Algo más fuerte que él le dice que Micaela es su alma gemela. Sin embargo, se siente en una encrucijada porque en Paris tiene una familia.

- Que bella mujer – pensó él. Sus ojos me recuerdan esos días en el bosque de pinos al sur de Italia.

Ella sonríe al mirarlo. Siente que sus brazos y piernas pierden peso. Una corriente pasa por sus labios. De pronto, un hombre al otro lado del pasillo le pregunta su nombre porque tampoco puede dejar de admirarla. Pero se da cuenta que ella no conoce de su existencia y a decir verdad ni siquiera se da cuenta que le habla. No sigue su conversación pues contempla al de los ojos color cielo.

El tiempo se detiene cuando cada uno habla de quien es y el otro escucha con atención. Descubren que ambos trabajan ayudando a otros. Micaela ayuda a las personas a recordar quienes son a través de la meditación. El por su lado, las ayuda físicamente, es decir, sana sus cuerpos por medio de esencias florales y un poco de amor y dedicación. Ambos conocen bien el lenguaje de vidas pasadas y desde allí también apoyan a otros. Pero en este caso específico, su gran habilidad de observación y percepción recae en ellos mismos. Sin decir nada, saben que no es la primera vez que se ven. Una energía en forma de corazón los empieza a envolver de una manera tan sutil que ni ellos mismos logran percibir. Solamente experimentan nuevas sensaciones que lo traducen en amor a través del tiempo.

Micaela nunca creyó en el amor a primera vista. Ese día vivenció lo contrario. Sin embargo, un sentimiento de angustia corrió por sus venas. Algo no andaba bien pero no le tomó importancia y siguió navegando en el río de sus sueños y deseos. El con sentimientos encontrados y, a su vez, conmovido con lo que pasaba.

Las horas pasaron y con tristeza en sus ojos tuvieron que despedirse. Ninguno de los dos toma la iniciativa de volver a verse. Cada uno toma una ruta distinta. Pasan los días y ella no deja de pensar en él y él en ella.

A la semana siguiente, en un café bar típico de la ciudad, aquellos ojos azules renacen de la lluvia y saluda aquelarre. Su porte elegante seduce tiernamente a Micaela. Ambos a la vez piensan que este encuentro es por algo. Saben muy bien que las coincidencias no existen. Se separan de la gente y forman su propio grupo de dos. Las copas de vino se entremezclan con sus miradas y sonrisas. El la invita a salir del bar para dar un largo paseo por la ciudad. Quiere mostrarle sus paisajes, sus tradiciones y también algo más. Pero no se lo puede pedir tan directo pues teme ser muy obvio y ella muy severa. Desea invitarla a conversar en un lenguaje que no tiene palabras, solo silencio y gemidos.

Lluvia y frío en las calles. Mojados y calientes en la habitación 33. Magnetismo fuera del alcance de las reglas. No pudieron evitar el encuentro. Dos almas sumergidas entre piernas y arcos. Un hombre y una mujer despiertan pasiones olvidadas. Ella siente que todo su cuerpo está en él y él la aprieta fuerte y decidido a no dejarla ir de su vida. Sus manos se deslizan por su cuerpo y forman figuras en su piel. Micaela activa su sensualidad innata. Se acerca en perfecta timidez y a su vez, con pasos firmes. Desean saber el misterio que por segundos revelan sus ojos, mas nada, pues no es tan simple.

Un acto de amor en sintonía con el inicio de la primavera. El canto de los canoros. El canto de los amantes en acordes perfectos. Un sonido hermoso resonaba de esa habitación. Un arco iris de notas musicales. La noche fue testigo de un encuentro sin límites.

Cada uno tomó su camino. Micaela siempre supo que él no estaba solo. El no se lo llegó a decir. Ella sencillamente lo sabía y por ese motivo sintió en algún momento angustia. No había necesidad de palabras. Un quizás pasó por la mente de los dos. Como buenos alquimistas conocen muy bien las leyes de la naturaleza. Saben que se volverán a encontrar y esa vez será para siempre.

Pasaron los años, exactamente nueve. El en un safari al sur de África y ella con los indígenas Ngannawal en Australia. El ahora solo. Ella también. El próximo destino, Grecia.

Un avión, dos extraños. Uno subía por la puerta de adelante y el otro, por la de atrás. Asientos 33 A y 33 B (desde esa vez sin decir palabra alguna, ambos escogían el asiento número 33). De repente, dos miradas se entrecruzan. Dos cuerpos empiezan a latir a mil desde los pies a la cabeza. Recuerdos que pasan por sus mentes. Arden con ternura y desesperación. Lágrimas que agitan sus almas. Dos sonrisas. Un gran beso. Un te amo. Y, un silencio sin final.

Karina Esther

Entre las
sombras

Una historia de mujer se expuso esa noche. Todos murmuraban. Nadie se acercó. Hombres y mujeres alrededor sin distinguir quien brilla y quien no. A decir verdad, muy pocos brillan. Ellos creen ser los que iluminan el salón por sus vestidos y zapatos charol. Y claro está, por su nivel intelectual. A más respuestas desde la razón, mayor aprobación. Todo quieren ver, todo desean tocar y como no, definir. No conciben la magia de hadas y gnomos, mucho menos de silfos y sirenas. Y menos aún, el amor de esa hermosa mujer que entregó su alma al dios Hades.

Hades, dios del inframundo. Ese lugar en las profundidades de la tierra. Lo llaman dios del infierno. Es más fácil juzgarlo que entrar en él. Pero ella lo hizo. Ella entró. Encontró mucho dolor. Recuerdos guardados en un baúl que no reconoció pues existe desde siglos atrás. Su baúl. En él, revivió momentos de odio, tristeza, abandono, traición y culpa. Las lágrimas en cada encuentro con ella misma fueron limpiando su alma. Limpió también su cuerpo. En ese proceso, Hades la acompañó. Inflexible.

Fueron meses, quizás años que caminaron juntos ese trecho baldío y sombrío. Ella se enamoró de ese ser que le hicieron creer era el mismo diablo. Ella vivenció lo contrario. Es un ser que no dejará que salgas de ese hoyo eclipsado a menos que renazcas de las cenizas, pero no por eso es el señor de las tinieblas. Solo algunos lo logran. Ella lo logró. No es sencillo, muy por el contrario. Necesitas de un valor incalculable pero sobre todo de mucho amor por todas tus partes. Allí está la gloria.

Princesa fue y en reina se convirtió. Reina del reino de Hades. El también se enamoró. No necesita su dureza ni tampoco su frialdad cuando está con ella pues son uno parte del otro y, apoyados en la mano del amor. Un gran acto mágico entrelaza sus cuerpos.

El cielo iluminado por ella. Su vestido y su cuerpo en una danza de perfectas curvas. Subió al escenario y cautivó con su resplandor. Todos gratamente asombrados no dejan de aplaudir. Aplaude uno y aplaude el resto. Ella lo sabe. Muy pocos comprenden su metamorfosis. El a un lado del escenario solo contempla su belleza. No quiere salir pues conoce muy bien la reacción del pueblo. Ella insiste porque decide no ocultar su amor por él. Ella vive en el paraíso y quiere compartirlo con todos. El infierno y el ser maligno solamente existen en la mente humana. Inocente pues cree salvar el mundo con su amor y sus palabras. Y cae en enredos y mentiras.

El pueblo y los vestidos de encaje precisan armar una nueva hipótesis porque todo es mejor que ir al inframundo. No tienen el valor de hacerlo. Unos por las historias de terror que pasan de generación en generación. Otros porque se necesita de mucha voluntad, fortaleza y sobre todo, fe. Otros tantos, porque prefieren seguir viviendo como viven. Algunos otros, porque simplemente creen no creer que es así. Por lo tanto, llegan a la conclusión de que ella es quien vive entre las sombras. Y si vivir entre las sombras es sinónimo de felicidad, aquella que se desborda de los límites del espacio, adorna su cuerpo con un vestido de perlas y la tranquilidad se aloja en sus vidas, entonces Hades y ella viven en ese callejón tenebroso y oscuro. En esa noche eterna.

Ella no dejará a Hades porque es parte de ella y ahora lo comprende mucho mejor. Ella se ama. El verdadero amor no delimita ni argumenta, solo siente. Desde ese sentir, las nubes se convierten en rosas blancas y la tierra se baña de pétalos.

Karina Esther

El acto mágico de amar


Libro que narra 9 historias de amor, 9 escenarios distintos pero con un mismo fin: amar y sentirse amado (a). Te esperan grandes momentos. Sólo déjate llevar por los colores y los sonidos que se despiertan en ti con cada palabra de amor que nace de los personajes... Cada relato toma un camino distinto. En algunos, el amor pasa a formar parte de otras letras aún por conocer y que en lenguaje humano se puede traducir en amor incondicinal. En otros, el amor cubre las expectativas de ese final feliz. Y en otros tantos, el amor se siente desde la tristeza, la decepción o quizás la traición.

Cómplices en el tiempo
El puerto, Don Pascual y ella
Mujer noche
Adiós, mi amor
Más allá de los cuerpos
Entre las sombras
Amor incondicional
Recuerdos del ayer
Felicidad

Karina Esther

miércoles, 12 de agosto de 2009

Deseos del alma

Deseos del alma es la ópera prima de Karina Esther, una talentosa autora que nos invita a ver el amor desde cuatro perspectivas autónomas y a la vez inseparables: El amor de un padre, de un amante, el amor por uno mismo y por la naturaleza. Sensual, intensa y elevada, esta obra es la contemplación de un mundo distinto: el mundo visto a través de la belleza. Y es desde esta perspectiva que la autora presenta la visión total de un universo vastísimo, un universo lleno de imaginación y seres de luz que nos ayudan a descubrir el potencial de crecimiento dentro de cada uno de nosotros. Obra imprescindible para todo aquel que busca el acercamiento con su esencia espiritual, este libro brinda no solo una lectura fascinante y cautivadora, sino también una guía segura a la cual aferrarse para los momentos de tormenta.

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