viernes, 14 de agosto de 2009


Cómplices
en el
tiempo


Micaela, una mujer de 27 años, fiel a su intuición, decide viajar a esa ciudad llena de luces blancas que un día vio en una revista. Sin mucho preámbulo se sube a un avión. Además, una corazonada le dice que es el viaje que le cambiará su vida. En ese vuelo ocurren cosas inesperadas e inimaginables. Ella ensimismada en sí no se percata que el cielo está lleno de miradas de atención. La buscan, se asombran y no la dejan de mirar. Ven una estrella y ellos se ven como príncipes. Cada uno intenta ser el mago de la travesía. Saludan, observan y la llaman con sus ojos. Se oye una voz dulce y ella al voltear, el azul de su mirada.

- ¡Son los ojos más hermosos que he visto! - pensó ella emocionada.

Ocho horas compartiendo el viaje. A decir verdad, el viaje más importante de sus vidas. Atracción más lejos que la razón. El por su lado, no soporta no hablar con ella. Algo más fuerte que él le dice que Micaela es su alma gemela. Sin embargo, se siente en una encrucijada porque en Paris tiene una familia.

- Que bella mujer – pensó él. Sus ojos me recuerdan esos días en el bosque de pinos al sur de Italia.

Ella sonríe al mirarlo. Siente que sus brazos y piernas pierden peso. Una corriente pasa por sus labios. De pronto, un hombre al otro lado del pasillo le pregunta su nombre porque tampoco puede dejar de admirarla. Pero se da cuenta que ella no conoce de su existencia y a decir verdad ni siquiera se da cuenta que le habla. No sigue su conversación pues contempla al de los ojos color cielo.

El tiempo se detiene cuando cada uno habla de quien es y el otro escucha con atención. Descubren que ambos trabajan ayudando a otros. Micaela ayuda a las personas a recordar quienes son a través de la meditación. El por su lado, las ayuda físicamente, es decir, sana sus cuerpos por medio de esencias florales y un poco de amor y dedicación. Ambos conocen bien el lenguaje de vidas pasadas y desde allí también apoyan a otros. Pero en este caso específico, su gran habilidad de observación y percepción recae en ellos mismos. Sin decir nada, saben que no es la primera vez que se ven. Una energía en forma de corazón los empieza a envolver de una manera tan sutil que ni ellos mismos logran percibir. Solamente experimentan nuevas sensaciones que lo traducen en amor a través del tiempo.

Micaela nunca creyó en el amor a primera vista. Ese día vivenció lo contrario. Sin embargo, un sentimiento de angustia corrió por sus venas. Algo no andaba bien pero no le tomó importancia y siguió navegando en el río de sus sueños y deseos. El con sentimientos encontrados y, a su vez, conmovido con lo que pasaba.

Las horas pasaron y con tristeza en sus ojos tuvieron que despedirse. Ninguno de los dos toma la iniciativa de volver a verse. Cada uno toma una ruta distinta. Pasan los días y ella no deja de pensar en él y él en ella.

A la semana siguiente, en un café bar típico de la ciudad, aquellos ojos azules renacen de la lluvia y saluda aquelarre. Su porte elegante seduce tiernamente a Micaela. Ambos a la vez piensan que este encuentro es por algo. Saben muy bien que las coincidencias no existen. Se separan de la gente y forman su propio grupo de dos. Las copas de vino se entremezclan con sus miradas y sonrisas. El la invita a salir del bar para dar un largo paseo por la ciudad. Quiere mostrarle sus paisajes, sus tradiciones y también algo más. Pero no se lo puede pedir tan directo pues teme ser muy obvio y ella muy severa. Desea invitarla a conversar en un lenguaje que no tiene palabras, solo silencio y gemidos.

Lluvia y frío en las calles. Mojados y calientes en la habitación 33. Magnetismo fuera del alcance de las reglas. No pudieron evitar el encuentro. Dos almas sumergidas entre piernas y arcos. Un hombre y una mujer despiertan pasiones olvidadas. Ella siente que todo su cuerpo está en él y él la aprieta fuerte y decidido a no dejarla ir de su vida. Sus manos se deslizan por su cuerpo y forman figuras en su piel. Micaela activa su sensualidad innata. Se acerca en perfecta timidez y a su vez, con pasos firmes. Desean saber el misterio que por segundos revelan sus ojos, mas nada, pues no es tan simple.

Un acto de amor en sintonía con el inicio de la primavera. El canto de los canoros. El canto de los amantes en acordes perfectos. Un sonido hermoso resonaba de esa habitación. Un arco iris de notas musicales. La noche fue testigo de un encuentro sin límites.

Cada uno tomó su camino. Micaela siempre supo que él no estaba solo. El no se lo llegó a decir. Ella sencillamente lo sabía y por ese motivo sintió en algún momento angustia. No había necesidad de palabras. Un quizás pasó por la mente de los dos. Como buenos alquimistas conocen muy bien las leyes de la naturaleza. Saben que se volverán a encontrar y esa vez será para siempre.

Pasaron los años, exactamente nueve. El en un safari al sur de África y ella con los indígenas Ngannawal en Australia. El ahora solo. Ella también. El próximo destino, Grecia.

Un avión, dos extraños. Uno subía por la puerta de adelante y el otro, por la de atrás. Asientos 33 A y 33 B (desde esa vez sin decir palabra alguna, ambos escogían el asiento número 33). De repente, dos miradas se entrecruzan. Dos cuerpos empiezan a latir a mil desde los pies a la cabeza. Recuerdos que pasan por sus mentes. Arden con ternura y desesperación. Lágrimas que agitan sus almas. Dos sonrisas. Un gran beso. Un te amo. Y, un silencio sin final.

Karina Esther

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